Un enfoque basado en el pluralismo cultural, antirracista y decolonial, es clave para el cambio ecosocial porque permite cuestionar el modelo de desarrollo imperante, valorizar conocimientos y prácticas tradicionales sostenibles, promover modelos alternativos de desarrollo, fomentar la gestión colectiva de recursos, reconocer el valor de las economías informales y artesanales, y abordar las desigualdades estructurales. Además, da pie al reconocimiento de las comunidades migrantes como portadoras de conocimientos y prácticas innovadoras.
La perspectiva antirracista y decolonial permite cuestionar los sesgos que han desvalorizado históricamente los conocimientos y prácticas de pueblos no occidentales. Estas perspectivas críticas ayudan a reconocer la legitimidad de saberes tradicionalmente marginados y a integrarlos en las estrategias de cambio ecosocial. Asimismo, contribuyen a desmantelar las estructuras de poder heredadas del colonialismo que perpetúan desigualdades en el acceso a recursos y en la toma de decisiones sobre el desarrollo.
Conceder valor a la diversidad cultural nos da la posibilidad de acceder a visiones alternativas sobre las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. Muchas de las cosmovisiones marginadas por el pensamiento occidental hegemónico, proponen formas más equilibradas y armoniosas de coexistencia con el entorno natural. Al valorizar estas perspectivas, se desafía la noción reduccionista de que el crecimiento económico es el único o principal indicador de progreso, permitiendo considerar aspectos cualitativos del bienestar humano y ecológico.
Los sistemas de conocimiento y prácticas de pueblos indígenas y comunidades campesinas son particularmente valiosos en este contexto. Estos sistemas culturales han desarrollado a lo largo de generaciones formas de gestión colectiva y comunitaria de los recursos naturales que integran consideraciones espirituales y culturales con el bienestar material. Sus prácticas tienden a proteger los bienes comunes de la mercantilización excesiva y promueven una distribución más equitativa de los beneficios derivados de la naturaleza.
Existen múltiples ejemplos concretos de modelos alternativos de desarrollo inspirados en estas visiones culturales diversas. El concepto andino del «buen vivir» (sumak kawsay), incorporado incluso en las constituciones de Ecuador y Bolivia, propone una noción de bienestar colectivo en armonía con la naturaleza. El «swaraj ecológico» surgido en India plantea formas de autogobierno y autosuficiencia en equilibrio con el entorno. Los modelos regenerativos, por su parte, buscan ir más allá de minimizar impactos negativos para generar efectos positivos en los ecosistemas.
Se debe reconocer también el valor de las economías informales y artesanales, que abarcan a más del 60% de los y las trabajadoras del mundo. Muchas de estas prácticas económicas, a menudo invisibilizadas o menospreciadas, conformadas por pequeñas empresas familiares, en su mayoría rurales, suelen ser más sostenibles al utilizar materiales locales y reciclados, tener bajas huellas de carbono y preservar conocimientos y técnicas tradicionales. Su reconocimiento y apoyo es clave para una transición ecosocial que ponga en el centro las economías locales y redistributivas.
Al promover un diálogo horizontal entre diferentes formas de conocimiento, el pluralismo cultural puede fomentar la co-creación de respuestas a los desafíos ecosociales actuales. Permite cuestionar la imposición de modelos de desarrollo occidentales como universales, abordar las desigualdades estructurales y abre espacios para que las comunidades definan sus propias visiones de futuro y bienestar, alejadas del paradigma económico imperante, desigual, extractivista y basado en la premisa insostenible del crecimiento ilimitado en un planeta finito.
Por: Diego Salazar